Aborto ¿la solución o la decepción?

Aborto ¿la solución o la decepción?

Cada vez que profundizo en la historia del aborto en Estados Unidos, me golpea una realidad inquietante: estamos sumidos en una ceguera espiritual abrumadora. Y me encuentro preguntándome, ¿cómo es posible que verdades tan evidentes —cosas que hasta un niño puede entender, principios que contradicen lo que la ciencia ha demostrado y estudiado con esmero— no sean obvias para muchos? ¿Qué origina esta brecha entre lo que proclamamos como ciencia y las acciones egoístas que contradicen nuestras propias enseñanzas?

La Biblia nos ofrece una respuesta clara. Nos enseña que un ser astuto y malvado actúa sobre un corazón engañoso y una mente oscurecida. Hemos llegado a un tiempo donde las personas son “irreverentes, sin amor, implacables, calumniadores, desenfrenados, salvajes, y aborrecedores de lo bueno” (2 Timoteo 3:2-3). El dios de este mundo ciertamente ha cegado el entendimiento de los incrédulos (2 Corintios 4:4).

Este enfrentamiento no es nuevo. Desde el principio de los tiempos, el enemigo ha buscado distorsionar la verdad y llevarnos por caminos de oscuridad. Nos promete libertad y elección, pero nos entrega esclavitud y arrepentimiento. La promesa del aborto como una solución fácil y sin consecuencias es, en realidad, una trampa bien disimulada.

Recuerdo la primera vez que escuché hablar sobre el aborto de manera personal. Era una conversación casual, sin el peso de la teología ni de la ciencia. Pero incluso entonces, la disonancia me perturbaba. ¿Cómo podíamos racionalizar la vida de un ser humano en términos de conveniencia y elección? ¿Qué nos había llevado a ese punto?

La Escritura nos revela que el engaño es profundo. Jesús dijo que el ladrón viene a robar, matar y destruir (Juan 10:10). Y eso es precisamente lo que estamos viendo: vidas robadas, tanto de los niños no nacidos como de las madres que quedan atrapadas en el dolor y la culpa. Corazones rotos, esperanzas destruidas.

Pero, ¿qué podemos hacer en medio de esta oscuridad? Debemos ser portadores de luz. La verdad de Dios es nuestra arma más poderosa. Debemos proclamar con amor y firmeza que cada vida es valiosa, creada a imagen de Dios, y que cada corazón puede encontrar perdón y sanidad en Él.

Pablo nos exhorta en Efesios 6:12 a recordar que nuestra lucha no es contra carne y sangre, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este mundo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes. Enfrentamos una batalla espiritual que requiere una respuesta espiritual.

La oración es nuestro refugio y nuestra fortaleza. Debemos orar por aquellos que están atrapados en el engaño, para que sus ojos sean abiertos a la verdad. Debemos interceder por los líderes y legisladores, para que busquen la sabiduría divina en sus decisiones. Y debemos ser una voz de esperanza para aquellos que han sido heridos, recordándoles que en Cristo hay restauración y nueva vida.

La batalla es grande, pero no estamos solos. El Espíritu Santo nos guía y nos fortalece. Y con Dios de nuestro lado, podemos confiar en que la verdad prevalecerá.

Cada vida es un reflejo del Creador. Cada corazón puede ser redimido. Y juntos, podemos ser instrumentos de Su amor y verdad en un mundo que desesperadamente lo necesita.

Las Mentiras de Siempre

En Ezequiel 28:12, la Biblia describe a Satanás como “lleno de sabiduría,” mientras que en Génesis 3:1 se nos dice que la serpiente “era más astuta que cualquiera de los animales del campo que el SEÑOR Dios había hecho.” Estos pasajes nos revelan una verdad inquietante: Satanás sigue siendo el mismo, perpetuando sus engaños con las mismas viejas mentiras, aunque las circunstancias puedan cambiar.

En el Antiguo Testamento, leemos que los judíos sacrificaron a sus hijos a los dioses paganos (Jeremías 19:5). Hoy en día, podríamos considerar esas prácticas como primitivas y bárbaras. Sin embargo, ¿es el aborto realmente diferente? La única diferencia radica en el dios al que rendimos culto: ya no es Baal, sino el dios de la conveniencia, ya no es un ídolo de madera, sino el dios del yo.

Piensa en cómo nos apresuramos a juzgar a los antiguos judíos por sus sacrificios a deidades paganas. Sin embargo, al examinar detenidamente, debemos preguntarnos: ¿es el aborto fundamentalmente diferente? ¿No estamos, en esencia, sacrificando vidas en el altar de nuestras propias prioridades y conveniencias?

El Dr. Bernard Nathanson, un ginecólogo que jugó un papel crucial en la legalización del aborto en los Estados Unidos, proporciona una perspectiva impactante. Nathanson fue co-organizador de la Liga Nacional de Acción por los Derechos del Aborto y supervisó más de 75,000 abortos. Su postura cambió radicalmente cuando vio un sonograma y comprendió lo que realmente ocurría durante un aborto. Al confrontar la cruda realidad de sus acciones, admitió que él y sus colegas engañaron deliberadamente al público con cifras falsas. Declararon que entre 5,000 y 10,000 mujeres morían anualmente por abortos mal hechos, cuando la cifra real era entre 200 y 300. Alegaron que se realizaban un millón de abortos ilegales al año, cuando en realidad eran alrededor de 98,000. Sabían que la legalización del aborto no solo evitaría los abortos clandestinos, sino que se convertiría en el método anticonceptivo más utilizado. Mientras engañaban al mundo, se reían entre sí.

La historia del Dr. Nathanson confirma lo que Richard Weaver, historiador y filósofo del siglo XX, escribió: «Las ideas tienen consecuencias.» Desde los años setenta hasta su muerte a los 84 años, Nathanson luchó para revocar la ley que ayudó a aprobar, revelando la verdad a través de conferencias, libros y películas, sin éxito. ¿Por qué? Porque, a pesar de la luz que se arroja sobre el tema, el mundo ama las tinieblas (Juan 3:19-20).

La lucha contra las mentiras de siempre es una batalla espiritual. Satanás, con su astucia eterna, sigue cegando el entendimiento de muchos, desviándolos de la verdad. Pero como creyentes, estamos llamados a ser portadores de luz en medio de esta oscuridad. Debemos proclamar la santidad de la vida con amor y firmeza, recordando que cada ser humano es una creación valiosa, hecha a imagen de Dios.

La verdad tiene el poder de transformar. Así como el Dr. Nathanson encontró redención y se convirtió en un defensor apasionado de la vida, nosotros también podemos ser agentes de cambio, iluminando con la verdad de Dios en un mundo que a menudo prefiere las sombras. No subestimemos el poder de nuestras acciones y palabras para influir en aquellos que están atrapados en el engaño. Con oración, amor y verdad, podemos hacer una diferencia significativa en esta batalla por la vida.

Evidencias de Vida

La verdad sobre el inicio de la vida humana es clara y contundente. La Dra. Maureen Condic, con un doctorado en neurobiología del desarrollo, en su artículo titulado «¿Cuándo comienza la vida? Una perspectiva científica», concluye de manera inequívoca que «usando criterios científicos universalmente aceptados, el cigoto comienza su existencia en el momento de la fusión del espermatozoide con el óvulo. En ese instante, el cigoto inicia inmediatamente una compleja secuencia de eventos que establece las condiciones moleculares para la continuación del desarrollo embrionario. El comportamiento del cigoto es radicalmente diferente al del óvulo y el espermatozoide evaluados por separado, y posee las características de un organismo humano». Esta conclusión es objetiva y consistente con la evidencia factual, independientemente de cualquier perspectiva ética, moral, política o religiosa sobre la vida o el embrión humano.

El Dr. Jerome Lejeune, pediatra, genetista y profesor de genética, testificó ante el subcomité judicial del Senado estadounidense: «Después de que ha ocurrido la fertilización, un nuevo ser humano ha llegado a ser». Él enfatizó que «ya no es una cuestión de gusto u opinión» y que «no es una afirmación metafísica, es simple evidencia experimental». De manera similar, el profesor Hymie Gordon de la Clínica Mayo, en la misma ocasión, afirmó: «Según todos los criterios de la biología molecular moderna, la vida está presente desde el momento de la concepción».

Richard John Neuhaus, sacerdote católico, expresó sabiamente en la introducción de la publicación de la Dra. Maureen Condic que «el debate en nuestra sociedad no es sobre cuándo comienza la vida, sino sobre en qué punto y por qué razones tenemos una obligación de respetar y proteger esta vida».

No importa si evaluamos el asunto desde la genética, la embriología o la biología molecular: un feto es una persona humana en desarrollo, y por lo tanto, el aborto constituye la muerte de un ser humano. Esta verdad no es solo una afirmación moral o filosófica, sino una realidad científica respaldada por expertos en el campo.

La ciencia nos ha brindado las herramientas y el conocimiento para entender el desarrollo humano desde sus etapas más tempranas. Cada célula, cada movimiento, cada proceso molecular en un cigoto indica la presencia de una vida nueva y única. Negar esta realidad es cerrar los ojos a la evidencia clara y contundente que la ciencia nos proporciona.

En conclusión, la evidencia científica sobre el inicio de la vida humana es irrefutable. Desde el momento de la concepción, se establece una nueva vida con un desarrollo programado y ordenado que lleva las características distintivas de un ser humano. Nuestra obligación, como sociedad, es reconocer, respetar y proteger esta vida en todas sus etapas.

Una Verdad Difícil de Aceptar

La realidad científica sobre el inicio de la vida humana es clara, pero ¿por qué entonces resulta tan complicado aceptarla? La respuesta es simple: hemos antepuesto nuestros deseos personales sobre la verdad (2 Timoteo 4:3-4).

Con la llegada del Renacimiento, la visión del mundo empezó a cambiar. Pasamos de una cosmovisión centrada en Dios a una centrada en el hombre y sus capacidades, con un énfasis marcado en las artes. La manera de interpretar el mundo dejó de basarse en la Biblia y las leyes divinas, para empezar a fundamentarse en la educación. Posteriormente, durante la Ilustración, el foco se desplazó hacia la ciencia, la razón y la lógica. Todo lo que no podía cuantificarse, como la moral bíblica, fue sometido a escrutinio. La Biblia dejó de ser el estándar de verdad; en su lugar, el intelecto humano tomó esa posición. Dios dejó de ser la medida; el hombre se erigió como tal. Cada persona reclamaba el derecho de decidir qué es la verdad, lo que nos condujo al relativismo.

Aunque aún persisten vestigios de esta forma de pensar, es evidente que la cosmovisión mundial ha vuelto a cambiar. Hoy en día, aunque la ciencia confirme verdades claras —como el hecho de que un feto es un ser humano—, estas verdades no son aceptadas por la mayoría. El problema radica en que la cosmovisión moderna ha colocado la felicidad como el derecho supremo. Se nos ha llevado a creer que cualquier cosa que limite nuestra felicidad es errónea y debe ser evitada o eliminada. Así, si un embarazo amenaza nuestra felicidad o comodidad, sentimos que tenemos el derecho a terminarlo.

Satanás ha sido astuto desde el principio y no ha cambiado. Sus artimañas siguen siendo las mismas, y las utiliza para mantener al mundo cegado hacia la destrucción y la muerte. La confusión es tan grande que incluso hay iglesias que apoyan el aborto. Ni siquiera aquellos que se proclaman defensores de los derechos humanos están necesariamente en contra de esta práctica. A pesar de las horribles verdades que se descubren acerca del aborto, como la venta de órganos fetales por Planned Parenthood, la perspectiva del mundo no cambia. En el mejor de los casos, se considera un «mal necesario». Lo más popular sigue siendo ser «pro-elección». Nuestro pueblo se ha vuelto insensible, incapaz de percibir la maldad de sus acciones y la bondad y paciencia de nuestro Dios.

¡Que el Señor tenga misericordia de nuestras naciones, de nuestros médicos y de nuestros gobernantes! Solo Él puede dar vista a los ciegos y traer vida a los corazones endurecidos. En un mundo donde la verdad es a menudo ignorada por comodidad, es vital recordar que nuestra responsabilidad es seguir buscando y defendiendo la verdad, no importa cuán difícil o impopular sea. Que Dios nos dé la fuerza y la valentía para hacerlo.

 
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